El sueño de una escritora
Gabriela Paingris y Natalia Alabarce
Cuando echo la vista atrás y recuerdo como fue mi infancia una oleada de distintos sentimientos me invade, es difícil recordar como te sentías en aquellos momentos en los que eras solamente una niña y no percibías las cosas de la misma manera de las que las hubiese percibido hoy.
De mi infancia recuerdo sin duda nuestra gran casa situada en el barrio parisino más privilegiado de la época ,en el que nos reuníamos todas las familias de la élite francesa, mi familia era una familia poco numerosa en aquel entonces, estábamos yo, mi hermano, mis padres y el servicio que vivían en una pequeña casa alejada de la nuestra al final de nuestro jardín. Mi padre era el dueño de gran parte de las industrias textiles de las ciudades de Nantes y L´île por lo estaba siempre fuera haciendo negocios y cuando volvía a casa en vez de pasar tiempo con nosotros prefería pasar
tiempo cazando con sus amigos u organizando sus habituales fiestas de los sábados en las que reinaba la hipocresía y la soberbia y a las que asistían todos sus compañeros de trabajo y amigos de infancia. Mi madre a diferencia de mi padre ,que era bastante mayor desde que nací, era una mujer que tuvo sus hijos muy joven, era tan hermosa y a la vez tenía un aspecto tan frágil y vulnerable, aunque ahora comprendo que no se trataba de fragilidad sino de infelicidad, mi padre abusaba de ella y la trataba como si fuese de su propiedad ya que según lo que nos contaba teníamos suerte de no ser como nuestra madre, de tener un futuro digno, no como el que hubiese tenido mi madre si no hubiese encontrado a mi padre. Mi hermano era tres años mayor que yo y era la copia exacta de mi padre, siempre solía meterse conmigo por ser una chica y me echaba en cara que nuestro padre no quería pasar tiempo con nosotros ya que no me soportaba, cosa que ahora no tardaría en confirmar.
Yo sin duda era un niña muy distinta al resto, mi día consistía en levantarme pronto para ir al colegio, puedo recordar como me emocionaba escuchar a mis profesores contarnos todas las historias sobre como Francia había conseguido convertirse según ellos en el país ideal en el que vivir, nos explicaban la importancia que tenía el que recordásemos que los franceses debemos llevar siempre con nosotros el lema de fraternidad, igualdad y libertad, lo más importante que debíamos aprender sin lugar a dudas era “La Marseillaise” nuestro sagrado himno, el que a pesar de todas las
existentes diferencias entre los franceses nos unía frente a situaciones difíciles. En mi escuela eramos solo un pequeño grupo de niñas que aunque llevasen toda la vida siendo mis vecinas no me dirigían la palabra ya que según ellas no era de las suyas ya que no me interesaba por sus temas de conversación, cosa claramente cierta. Por las tardes tenía una tutora que venía a casa para enseñarme a tocar el piano y a coser, según ella estas eran cosas que debía de aprender para en un futuro poder ser una mujer digna de un buen hombre y poder ser una buena madre para mis hijos , me vienen a la mente mis largos enfados sobre porque yo no podía aprender a cazar o a jugar al hockey como mi hermano, mi madre para tranquilizarme me decía que tenía que seguir aprendiendo para no tener que depender de ningún hombre en el futuro,
ahora cuando me pongo a pensar me doy cuenta de lo fuerte y luchadora que fue mi madre para ayudarme a conseguir una futuro por mi sola.
Poco a poco fui creciendo y los años fueron pasando, nada realmente cambiaba en mi, mi relación con mis compañeras seguía igual de fría, mi madre seguía igual de triste, mi padre viajaba más, cambiábamos de personal y mi hermano empezó a convertirse en un hombre de negocios, mi madre decía que dentro de poco se iba a convertir en un hombre, iba a formar su propia familia e iba a dejar nuestra casa, recuerdo la emoción que eso provocaba en mi ya que con el paso de los años nuestra relación empeoro cada vez más, en mi 13 cumpleaños mi madre me regalo un libro de Paul Bourget que sin duda lo sigo recordando como uno de los regalos más valiosos que me hayan dado jamás.
El invierno de 1908 fue uno de los más duros ,mi padre empezó a beber mucho y mi madre fue descubierta teniendo una affaire con el hijo de nuestra cocinera que encima eran alemanes lo que complicaba la situación todavía mas ya que mi padre llevaba años en contra de tener a alemanes en el servicio ya que según el era un fraude para un buen francés, finalmente mis padres decidieron seguir juntos de cara al público ya que una separación por infidelidad le costaría a mi padre una muy mala posición en el ámbito laboral pero en lo personal mi padre le dejó bien en claro que el era el que
mandaba y que ellos estaban completamente acabados, para ello echó a la familia que se ocupaba del mantenimiento de nuestra casa y la reemplazó por una familia de francesas en la que se aseguro que no hubiese hombres por lo que solo estaban la madre y la hija.
No muy tarde de todo ese drama cumplí 16, fecha clave para empezar a buscar pareja, mi padre como siempre no se molestaba en ocultar lo poco orgulloso que el y todas mis tutoras estaban de mi actitud, para el no era digna de mi apellido y me lo repitió en diversas ocasiones, buscó todas las formas posibles para que me diese cuenta de que aspirar a casarme con un buen hombre y rico era lo más importante en la vida, pero nada de eso funcionó ya que mi creciente interés por la historia y sobre todo por la política junto con el apoyo de mi madre mantenían mi esperanza de poder aspirar a un futuro por mi sola. Poco a poco fui estableciendo más relación con la madre y la hija que se encargaban de las tareas de mi casa, la hija tenía tan solo un año más que yo y llevaba trabajando desde los 10 años para poder ayudar a su madre, viuda desde que la niña tenía 3 años, ella me explico todos los problemas sociales existentes en Francia, la pobreza, la desigualdad y juntas se encargaron de destruir la burbuja en la que mi padre había querido que creciese y me hicieron ver una parte más que común de la sociedad francesa, ambas habían vivido en Londres cinco años y me pintaban aquel mundo como el paraíso soñado para cualquier persona, empezaron a hablarme del movimiento feminista cosa que nunca antes había aprendido, me explicaron en que consistía y esto me hizo aumentar mas el deseo de entrar en la política, cuando mi padre se enteró de que estaba estableciendo relación con el servicio decidió que era la hora de que comenzase a hacer la vida por mi cuenta, se comprometió a pagarme alojamiento en París y buscarme un buen trabajo siempre que siguiese sus ordenes, lo que no se esperaba es que todo el dinero que me daba para vestidos de galas, zapatos yo lo llevaba guardando desde muy pequeña y el total de todo este hizo una buena suma por lo que decidí empezar un camino por mi cuenta, le ofrecí a mi madre venirse conmigo pero esta decidió marcharse a su ciudad natal y cuidar de sus padres.
Con 17 años me encontré sola en París una ciudad tan aterradora y a la vez atractiva, decidí buscarme un trabajo y gracias a mi insistencia encontré un trabajo como secretaria en El Figaro, periódico francés de la época, ese trabajo me permitió
informarme de como estaba la situación mundial, de como los franceses vivíamos engañados bajo el lema de que eramos los más fuertes y los más nobles, al principio pensé en escribir un artículo para informar de lo manipulados que vivíamos pero a lo largo de esa semana me di cuenta de que los franceses habíamos sido educados con la idea de que lo principal es luchar por nuestra patria y un simple articulo de una don nadie no iba a cambiar aquello, dos meses más tarde comenzaron las propagandas sobre la importancia de estar preparado para luchar contra nuestros propios vecinos
en honor a nuestro sagrado país, lo que más me sorprendió fue la palpable emoción de mis compatriotas ante estas noticias, el sentimiento nacionalista y el deseo de luchar por el honor de su país había llegado a hacer que niños de 14 años quisiesen abandonar sus casas para luchar en nombre de los franceses, mientras yo, más que orgullosa de mis raíces, miraba atónita el circo que los de arriba habían conseguido instaurar en nuestra sociedad.
Mi trabajo en Le Figaro me absorbía de tal forma que no tenía tiempo para las relaciones personales. A no ser que fuera con compañeros o algún vecino de mi portal. El 3 de agosto dando un paseo por Montmartre, oí como la gente comentaba
preocupada que Alemania declaraba la guerra a Francia. Estábamos movilizados, ya no había marcha atrás. Con el estallido de la guerra el periódico se desbordó de noticias, aunque yo también estaba centrada en otras como era la lucha social de la mujer. Ahora éramos nosotras las que sosteníamos la economía: en fábricas, periódicos, talleres, tiendas…etc. Pues los hombres, a veces casi niños, luchaban en el frente, y nosotras éramos el motor de Francia.
Desde que me fui de casa no sabía nada de mi padre y tampoco de mi hermano, seguían en su mundo de trabajo y agrandando su fortuna, mientras la gente de París sobrevivía y luchaba en esta maldita guerra. A mi madre la visitaba, alguna vez, seguía desvalida y parecía más frágil, aunque tenía un brillo en los ojos y una sonrisa que nunca le ví estando con mi padre. A primeros de septiembre la situación en Francia empeoró, los alemanes avanzaban y estaban a unos 40 km de París, pero nuestra lucha y orgullo galo venció, y en la batalla de Marne conseguimos pararlos. Pero ésto seguía, y la guerra se fue extendiendo a otros países. Junto a la lucha mundial, yo seguía con mi lucha por la igualdad femenina, y con mi lucha por mejorar como persona. Últimamente había intentado que me dejaran escribir alguna pequeña colaboración en el periódico, pero sólo se quedaban en intentos y sueños.
A principios de 1915, de pronto, dejé de soñar, un mazazo me paralizó durante meses, en los que actué como un robot: mi madre había muerto. La única persona a la que realmente había querido, ya no estaba, ya no volvería a ver sus ojos y su dulce sonrisa que tanto me tranquilizaba.Pero tuve que volver a la realidad y seguir trabajando. En Marzo de 1916, mi insistencia en el periódico dio resultado, y me dejaron escribir un pequeño artículo y firmarlo con mi nombre: Sophie Beaumont. En 1917 dejé de soñar definitivamente, al mirar a mí alrededor sólo veía: el desengaño de la gente, la frustración, el hambre y la miseria. Ahora lo primero era luchar por la paz, la igualdad de la mujer tendría que esperar. También en este mismo año estalló la revolución rusa y tomaron el poder los bolcheviques. El mundo está lleno de luchas,
aunque los alemanes se estaban debilitando. Si intento recordar, y pienso en una fecha que me llene de alegría esta sería el 11 de noviembre de 1918, cuando vencieron los aliados y se produjo el armisticio de la primera guerra mundial. Había
terminado una etapa del mundo, y también una etapa en mi vida, decidí dejar el periódico. Ahora nos esperaban tiempos duros, teníamos una posguerra por delante.
Debíamos recuperarnos y yo quería plasmar todo en el papel. Quería escribir pero no para nadie, quería escribir para mí, quería ser ESCRITORA.