De minero a soldado
Saúl Andrés y Paula Gómez
Mi nombre es Manuel y tengo diez años. Soy hijo de Cedric y Natalya, un humilde minero y una ama de casa que cuida de mis cuatro hermanos y de mi. Vivimos a las afueras de Berlín, en una casa con dos dormitorios, uno para mis padres y otro para mis hermanos y para mí.
Mi hermano mayor trabaja en la mina con mi padre. Me cuenta que las condiciones son muy duras, que aunque hayan tenido avances como los vagones y los raíles, sigue siendo un trabajo muy costoso. Yo veo cuando salen por la mañana, al amanecer, y vuelven por la noche. Pienso que no debe estar muy bien pagado, ya que la comida en casa no es muy abundante ni variada.
Mi otro hermano mayor es comerciante, bueno, realmente está en la plaza del mercado y allí va recolectando objetos que luego vende, y así gana algo de dinero. Tengo otras dos hermanas, una con tres años y la otra con apenas meses. El parto fue en casa y por la cara y gestos de mi madre, debió ser bastante duro. Ellas no trabajan como es lógico, pero mi hermano dice que vivimos con la vida ya decidida y que por mucho que queramos cambiarla, no vamos a poder. Si naces pobre vas a morir pobre. Mis hermanas irán a trabajar al campo y yo en pocos años iré a la mina.
A mí la mina no me gusta realmente, lo que me gustaría es ir a la marina. Mi padre dice que con el káiser Guillermo II ha tenido un gran desarrollo. Últimamente mi padre me ha estado informando de cosas que estaban pasando ahora mismo en Alemania, creo que dijo algo de pangermanismo. También me contó que antes de que yo naciese, Alemania se unió con Austria, por si había guerras. El año que yo nací, pasaron varios coches cerca de nuestra casa que se dirigían a Berlín. Eran representantes de diferentes países, que iban a tratar un acuerdo para repartirse los territorios de África. Me fui a dormir muy sorprendido, sin saber cómo esa gente podía organizar a personas de otros lugares tan fácilmente.
Llevaba bastantes años trabajando con mi padre y mi hermano en la mina, pero desde que empezó la guerra todo ha cambiado. Al ser un hombre y tener veintiún años, tengo que luchar con mi país.
Aún que me cueste decirlo, no tengo esperanzas de volver a ver mi familia. Me es difícil pensar en mis padres y mis hermanas, ya que no se si van a poder salir adelante sin mi ayuda ni la de mis hermanos, que también están aquí.
Los días en las trincheras están llenos de bombardeos y muertes. Siempre tienes que estar alerta, ya que nunca sabes lo que puede pasar. Cada día que pasa somos menos, el número de bajas es increíble.
Vamos avanzando poco a poco, y vamos ganando territorio. Territorio que en su mayor parte no nos es útil. Desde mi punto de vista, se están perdiendo muchas vidas inútilmente.
Llevamos tres años de guerra, y me cuesta creer que sigo vivo. Perdí a mis dos hermanos hace un tiempo y no tengo ninguna noticia de mis padres y hermanas.
Estamos a pocos metros de la trinchera francesa, y en breve abandonaremos la nuestra para atacar la suya. Nos dan la orden y todos nos ponemos en marcha. Avanzamos rápido y a cada paso que damos algún soldado cae. Nos queda muy poco para llegar, cuando una bala me alcanza el hombro. El dolor se esparce por mi cuerpo pero sigo corriendo. Entonces, otra bala me da en el muslo derecho y caigo al suelo, me es imposible continuar. Mi vida acaba aquí, voy notando como mi cuerpo se desangra y empiezo a ver todo negro.