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La vida de Pierre

Carmen Muñoz y ...t

En primavera de 1893, nací. Mis padres decidieron llamarme Pierre en honor a mi abuelo que vivía con nosotros y que estaba pasando las últimas. Me crie en un barrio humilde de Paris junto a mis padres y mis hermanos mayores, Robbin, François y Pepito.

A los dos años de edad, mis padres me enviaron a un internado alejado de la ciudad, ya que no podían hacerse cargo de mí. Dedicaban numerosas horas a trabajar en la fábrica y no tenían vacaciones. Mis días en el internado pasaban muy lentas y debido a mi mal comportamiento en ocasiones era castigado y golpeado, además fui obligado a realizar tareas de limpieza.

Cuando cumplí 8 años, regresé junto a mi familia y comencé a trabajar para llevar dinero a casa. Esta época fue muy difícil para todos debido a que mi padre falleció pocos días después de caer enfermo y mi madre fue despedida mientras se encargaba de su cuidado.

Pasaron los años y mientras mis hermanos y yo trabajábamos en la fábrica, nuestra madre se quedaba en casa dedicándose a las tareas del hogar como las muchas otras mujeres que vivían en el barrio. La comida apenas nos llegaba ya que los sueldos de mis hermanos y el mío no daban para mucho.

En septiembre de 1914, a mis 21 años, mis hermanos y yo tuvimos que dejar a nuestra madre para alistarnos en la milicia en defensa de nuestro país.

Una vez en el campo de batalla las cosas cambiaron mucho. Mis hermanos y yo fuimos separados en distintos cuerpos y también fuimos mandados a distintas partes del país.

La primera noche que pasé siendo parte de mi unidad militar pensé que no era posible que perdiésemos la Gran Guerra, me limitaba a mirar para un lado y otro, y ver la cantidad de soldados que había en cada uno de los campamentos militares, esto estaba ganado. Pero esos soldados fueron desapareciendo con el tiempo, que no fue muy largo.

En los 5 primeros meses, de mi pelotón quedábamos siete soldados, incluido yo, y de los pelotones aliados que habían en los pueblos y ciudades cercanas, quedaban muy pocos. Sin embargo al poco tiempo recibíamos más y más personal, por así decirlo. Todos venían con la actitud que yo tenía al principio y poco a poco, conforme iban pasando los días su “ilusión” y espíritu de lucha se marchaban y la fuerza se desvanecía.

Creo que nunca podré olvidar el día en que comenzamos a realizar una trinchera por las afueras del país. Ese fue nuestro hogar por más de dos meses, hasta que los alemanes comenzaron a gastarlo. Muchos de mis compañeros murieron puesto que no todos poseían máscara que les protegiera de una intoxicación letal.

Dos días después de ser gaseados, mi capitán mandó el ataque al campamento alemán que se había situado a un escaso kilómetro de nuestra trinchera.

Con él al frente y yo siendo de los primeros que le seguían, empezamos algo que sabíamos que terminaría mal.

En los primeros 200 metros murieron más de 50 hombres, y el resto de las muertes prefiero no especificarlas. Aquellos que piensan que alistarse en el ejército sería un camino de rosas estaban tan equivocados, había tanta sangre, enfermedades y sobre todo muertos. Cuento esta parte del conflicto porque marcó tremendamente mi vida, a los 24 años quedé lisiado.

Antes de llegar a la base alemana pisé una mina, y aun así, puedo dar gracias a mi oficial que me ayudó a esquivarla en cierta parte y no morir en el acto, el cual me arrastró a la base ya conquistada por el resto de mis compañeros. Una vez allí, me intentaron sanar la pierna derecha que perdí por el muslo y la izquierda de la cual perdí mi pie. Pero los pocos medios sanitarios y la gangrena hicieron que una vez trasladado a la ciudad, me la amputaran totalmente. Quedé inválido y pasé los últimos meses de la guerra recuperándome en el hospital. Sólo podía pensar que ya estaba discapacitado para toda la vida y solamente tenía 25 años.

Al recibir el alta volví a mi hogar, con mi madre, la cual se alegró al verme de vuelta. A los pocos días mis hermanos Robbin y François volvieron también magullados, pero el que no lo hizo fue Pepito el cual murió días antes de que terminase la guerra. Estuvo a punto de poder ver que se hacía la luz al final del túnel, pero, se quedó en la más profunda oscuridad de este.

Pasados unos años, mi querida madre falleció y me mudé a otra ciudad, allí conocí a otros antiguos soldados y a una chica que a los pocos meses se convirtió en mi esposa, con la que compartiría el resto de mi vida.

 

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